diumenge, de febrer 13, 2005

Diumenge, 13 de febrer

El vacío

Manuel Vicent

 Una pincelada de más acaba por estropear un cuadro, una sola palabra puede arruinar un poema y también puede destruir una historia de amor, si se convierte en una bala. Detenerse a tiempo, esa es la primera regla del arte y Matisse lo sabía cuando pintó su famosa composición La Danza, en la que cinco muchachas desnudas bailan agarradas de las manos formando un círculo con la guirnalda de sus brazos. La simple apariencia te hace creer que ese círculo es perfecto, que está totalmente cerrado, que en él ya no cabe nadie más, pero no es así. Dos bailarinas en primer plano no llegan a alcanzarse con las manos, el artista ha creado entre ellas un vacío que genera una tensión rítmica en todas las danzantes forzándolas a girar. Es difícil encontrar un cuadro que exprese mejor la dicha de vivir. Da la sensación de que al espectador le bastaría con agarrarse de esas manos libres aún para ensanchar el círculo y sumarse al baile. Ese vacío está formado por los momentos felices de la vida: la playa de la niñez llena de gritos y de cuerpos dorados persiguiendo la pelota de Nivea, las risas de tu juventud con los amigos a la sombra de los plátanos, el campari que iluminaba la terraza del café Rosati en Roma, todos los viajes al Sur, las dunas del desierto rayadas por los lagartos, aquellas hogazas de trigo candeal que tenían el color del románico, la lectura de los versos de Keats favorecida por una melodía de Grieg, aquella navegación por la costa de Turquía buscando recalar en Efeso. Basta con desnudar la memoria y aceptar como un don de los dioses la belleza que un día te fue regalada sin más, para que esas muchachas de Matisse te admitan con gusto en la danza. El pintor Miguel Ángel también conocía la carga magnética que contiene el vacío, por eso en lugar de unir los dedos de Adán y de Jehová en el techo de la Capilla Sixtina dejó sus yemas a punto de entrar en contacto, vibrando en el aire, sin llegar a rozarse. El vacío que existe entre esos dedos, de pronto, causó una detonación y su onda explosiva creó al primer hombre. En la plaza del poblado dos vaqueros se miran a los ojos con las manos en la culata del revólver: el vacío que existe entre ellos es absolutamente creativo; una pareja de adolescentes está a punto de besarse por primera vez: esa mariposa radioactiva que aletea entre sus labios podría levantar una montaña; unos amantes van a pronunciar la palabra maldita que destruirá una larga historia de amor: su silencio incluye la vida y la muerte. El arte consiste siempre en detenerse.

El Pais/ 13-2-04

diumenge, de febrer 06, 2005

Diumenge, 6 de febrer

Interessos

gelades Sembrar, adobar, regar, i deixar la collita en mans de déus benevolents: sol, pluja i vent. Una aposta per la natura que no sempre surt bé. Com quan gela o pedrega i ens quedem sense res. Llei de vida o els interessos que cobra el cel. Manuel Vicent ens ho explica a:


Helada

El tierno Dios de las hortalizas, el mismo que gobierna también el azúcar de los frutales, lejos de conformarse con los diezmos y primicias, este invierno ha descendido del cielo y en sólo dos noches con su dentadura de plata a diez bajo cero, ha devorado todas las verduras que había en el campo e incluso hasta el fondo de los invernaderos ha ido a saciar el hambre. Ahora mismo esa deidad maléfica tendrá la tripa llena de alcachofas, habas, coles, lechugas, calabazas, tomates y naranjas heladas. Que aproveche. Ciertamente hacía demasiado frío como para sacar las manos de los bolsillos y dar un corte de mangas a las estrellas. Los agricultores habían desarrollado su trabajo a lo largo del ciclo agrario: sembraron las semillas, las abonaron, esperaron a que las plantas abrieran sus ojos verdes en la tierra cuarteada, las regaron puntualmente, las defendieron con tenacidad contra cualquier parásito. Los naranjos fueron podados, cuando tenían sed se les dio de beber, en primavera se llenaron de azahar cuya melaza embriagó los senos de todas las vírgenes y el fruto fue mimado con abonos y medicinas. Los agricultores esperaron a que las naranjas afirmaran su luz entre las ramas y por esos bienes unos elevaron alabanzas al Creador, otros con jersey de pico y la gorra ladeada se fueron al bar al jugar al subastado. Eran las calmas de enero, el aire parecía extasiado, había gatos dormidos al sol en los capós de los coches y la bajamar marcaba su nivel más profundo en las dársenas y en la carena de las barcas. Estaba ya el último céntimo gastado, todo maduro y dispuesto para la mesa, cuando una noche en todo el litoral Mediterráneo se oyó al Dios vegetariano relamerse y gritar con tremenda voz: ¡ este año toda la cosecha me la zampo yo ! Los agricultores han contemplado la helada con resignación, aunque la niebla que el frío, al respirar, hacía brotar de sus labios bien podían ser blasfemias condensadas. Hay otro Dios fiero de estío, el dueño de la espiga y de la vid, el que ama la sequía y convierte la tierra en una piel de lagarto. Una tarde larga de julio, de repente, se le antoja crear una nube negra sobre la fiesta donde bailan con pies desnudos los jóvenes celebrando la cosecha ya cuajada y entonces descarga un látigo de granizo para segar por su cuenta el trigo y beberse él solo todo el vino. Los moralistas nos invitan a glorificar al Señor que nos ha arruinado después de haber cultivado la vida con tanto amor. Vale. En el fondo la blasfemia también es una oración.

El Pais/ 6-2-05