dijous, de setembre 04, 2003

Dijous, 4 de Setembre

Marte


Clara Sánchez

Si Marte no existiera, no existiría el capitán Wilder de Crónicas Marcianas (Ray Bradbury) extrañado ante su propia existencia en un planeta que no comprende, pero cuyo misterio respeta. No existirían sus marcianos espectrales con rostros de plata, orejas talladas en oro y labios adornados con rubíes conduciendo naves sobre mares de arena. No existirían sus canales, sus colinas azules, sus casas con columnas de cristal, sus libros de metal. Y no existirían los invasores terrícolas atolondrados e ignorantes cuyo fin es trasladar con ellos su propia civilización de gasolineras y hamburgueserías porque son incapaces de salir de la rutina y la costumbre. Porque más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. A veces a alguno de estos terrícolas, por un ataque de ira o por diversión, le da por destruir alguna de las milenarias ciudades ajedrezadas y blancas que caen fulminadas en el fondo del tiempo. Porque son capaces de viajar miles de millones de kilómetros y sin embargo no viajar en el conocimiento, salvo el capitán Wilder y algún otro personaje a los que Bradbury salva de la estupidez humana para poder salvarnos a todos.

Vano esfuerzo porque ni siquiera hace falta ir hasta Marte para hacer lo que haríamos en Marte. Basta con invadir un país, que esté suficientemente lejos, con una religión distinta a la nuestra, donde se vista de forma diferente, con desiertos por donde podrían navegar barcos de arena y donde se conserven vestigios del origen de nuestra civilización que en medio del caos creado serían expoliados o destruidos. Pongamos que se llama Irak, aunque se trata de una hazaña repetida por los terrícolas a lo largo de toda su historia allí donde haya una tierra marciana de la que apoderarse. En este Marte llamado Irak, convertido en un vertedero de municiones, los saqueadores marcianos mueren por decenas. Lamentablemente allí la versión real del capitán Wilder es el teniente Bishop escandalizado porque estos marcianos empobrecidos "son avariciosos. Trocean las carcasas para fundir los metales y venderlos. Son descuidados, fuman mientras trabajan, lo que es extremadamente peligroso", y por eso mueren, vaya gente.

Ahora que Marte está tan cerca lo observamos babeantes, quizá porque brilla como las joyas marcianas y porque sabemos que algún día será nuestro.

El Pais/ 4-9-03