Dilluns, 1 de novembre
El cadáver jovial
Javier Marias
Hace unas semanas hablé aquí de la desastrada y casi abandonada tumba del legendario Dick Turpin, en la ciudad de York, quiza no esté de más hacerlo hoy de otra, cercana, de un contemporaneo suyo por quien he tenido siempre especial debilidad: no en balde pasé un par de años remotos -de 1975 a 1977, vivía entonces en Barcelona- traduciendo su gran obra, de unas ochocientas endiabladas páginas, La vida y las opiniones del caballero Tristan Shandy,más conocidas por el nombre de su narrador a secas, y publicada por entregas entre 1760 y 1767. Su autor fue en inglés Laurence Sterne (aunque nació por azar en Irlanda), sin duda uno de los hombres más agudos, humorísticos y graciosos que han dado las letras. Y seguramente por eso no ha existido en la historia novela más cervantina que la mencionada. Por mucho que se empeñen en lo contrario nuestras autoridades políticas, académicas y literarias, y por mucho que Cervantes esté extraña y milagrosamente considerado como el escritor español por excelencia, la mayor parte de nuestra podrucción novelística posterior a él ha sido escrupulosamente anticervantina, es decir: realista, costumbrista (quienes hablan del Quijote como de una novela realista no deberían volver a abrir la boca interpretativa), sórdida, a menudo malhumorada, solemne y hasta tremenda. Sus herederos no están aquí -, por Dios, menos que nunca-. sino sobre todo en Inglaterra, con Fielding y Sterne en primer lugar; luego con Dickens y Conan doyle, y hasta con Chesterton.
La admiración de Sterne por Cervantes fue tan grande y confesa que a las puertas de la muerte, y al poco de haber comenzado un "romance" cómico que quesó sólo esbozado, manifestó su esperanza: "cuendo muera", dijo, "se pondrá mi nombre en la lista de esos héroes que, Cervantes a la cabeza, murieron haciendo bromas". No podia imaginar que su deseo se cumpliría incluso póstumamente, y que la broma proseguiría tras su fallecimiento, con las increibles visicitudes sufridas por su cadáver. Sterne vivía en Coxwold, una pequeña y apacible aldea a unas veinte millas de York, y se refugiaba en su grata casa, Shandy Hall, para escribir en paz una vez que la fama lo incitó a pasar temporadas en Londres y viajar por Francia e Italia. Sin embargo eligió morir en una decente posada londinense, y no en Coxwold, para no causar molestias ni preocupaciones "previas" a sus amistades. Así que en Londres fue enterrado, en un cementerio de Hanover Square. Pero en seguida corrió el rumor de que su cuerpo había sido robado por los llamados "resucitadores", es decir, ladrones y traficantes de cadáveres. Y pocos días más tarde, cuando el profesor de anatomía de la Universidad de Cambridge diseccionava con entusiasmo un cuerpo, uno de los asistentes a la ceremonia, que había sido presentado a Sterne no mucho antes, destapó el rostro fiambre y, horrorizado al reconocerlo, se desmayó allí mismo. El profesor; al enterarse de cúan ilustre era la presa que había tenido bajo su escalpelo y su sierra, procuró que al menos se conservara el cuerpo y fuera devuelto a su intranquila tumba. De la calavera, en cambio, no se supo con certeza mucho hasta que, doscientos años después, en 1969, la benemérita recien constituida Laurence Sterne Trust obtuvo permiso para cavar, y entre cinco cráneos por el terreno dispersos, logró identificar el del creador de Tristam Sahndy; estaba serrado - señal de haber pasado por las manos de un anatomista- y su forma y dimensiones coincidían con las del busto de tamaño natural que el escultor Nollekens le había hecho en vida. Y, por fin juntos esqueleto y calavera, ambos fueron trasladados a coxwold, su verdadero hogar, y enterrados de nuevo en la iglesia de St Michael, donde Sterne había soltado tantos sermones alegres, ingeniosos y excéntricos a lo largo de muchos años, para deleite y escándalo de sus feligreses.
Allí visité esta tumba este verano, al igual que la vecina Shandy Hall, encantadora casa con jardín, perfecta para escribir, que La Laurence Sterne Trust, recuperó y rehabilitó hace años y convirtió en museo. En ella, Shandianamente, varios ancianos -uno por estancia-, asaltan al visitante y, le guste a uno o no, le explican cuanto en cada una hay de explicable. En el despacho, recuerdo, no hubo forma de imaginar al escritor ante su escritorio, porque su silla la ocupó todo el rato el anciano perorador de turno, rico en disquisiciones y disgresiones. Pero al fin y al cabo estas últimas fueron la divisa de Sterne: "I progress as I disgress", escribió; o lo que es lo mismo: "Progreso con las disgresiones", avanzo a través de ellas. Me entero hoy que se está rodando una película basada en Tristam Shandy, algo en verdad sorprendente en un mundo que lo cuenta todo a toda prisa y sin entretenerse, sin duda para poder olvidar lo contado a toda prisa también. Eso no sería posible, en cambio - uno lo nota, y hasta lo repsira-, en un lugar tan jovial y apacible y sin tiempo como la nostálgica Shandy Hall.
El Pais Semanal/31-10-04
diumenge, d’octubre 31, 2004
divendres, d’octubre 29, 2004
Divendres, 29 d'octubre
Cómo hacer el amor con un caníbal
Querida doctora Tatiana:
Soy una mantis religiosa y he descubierto que disfruto más del sexo si primero decapito a mi amante de un mordisco. Es que al hacerlo sufren los espasmos más exitantes. De algún modo parecen estar menos inhibidos, más apremiantes; es fabuloso. ¿Te lo parece a ti tambien?
Me Gustan Decapitados en Lisboa
Algunos de mis mejores amigos son caníbales, pero entre nosotros te confesaré que el canibalismo no es lo mío. Aunque entiendo que te guste. Los machos de tu especie son unos amantes aburridos, y decapitarlos obra maravillas. Mientras que un gallo decapitado corretea atolondrado, un macho de mantis decapitado se retuerze en un frenesí sexual. ¿Por qué no será así cuando están enteros? Supongo que es difícil abandonar el sexo salvaje sin perder la cabeza.
Un macho de mantis religiosa corre peligro cuando se acerca o cuando se separa de ti, pero no mientras te monta; subido a tu espalda, que es la posición que habitualmente adoptan los machos intactos, no puedes atacarlo. Pero no hace falta que esté intacto para que puedas practicar el sexo con él. Si le cortas la cabeza mientras viene hacía ti, su cuerpo se estremecerá con unos espasmos que permitirán que sus genitales se conecten con los tuyos. Sin embargo, como seguramente no te extrañará, el macho prefiere que no le corten la cabeza. Ponte en su lugar; la sola idea hará que tiembles hasta la punta de las antenas. Bastará que veas una hembra para que el miedo te immobilice. Comenzarás a jugar a pica pared. Cada vez que la hembra girara la cabeza a otro lado, te acercarías un poco más. Cuando te mirara, te quedarías inmóbil como una estátua - ¡No! ¡No me mires¡Yo sólo soy una hoja – durante horas si hiciera falta. Tu objectivo: acercarte lo suficiente como para saltar a su dorso. Una vez montado sobre ella puedes copular sin temor alguno. Pero da un solo paso en falso y acabarás a las puertas del paraíso con la cabeza bajo el brazo. Imposible apostar más alto en el juego de pica pared.
En más de ochenta especies se ha sorprendido a la hembra comiendose a su amante antes, durante o después del sexo. Las arañas són las primeras en la lista de sospechosas, aunque tambien son culpables de homicidio otras mantis, algunos escorpiones y algunos quironómidos. Estos últimos són unas mosquitas pequeñas pero de gran apetito que devoran a sus amantes de una forma especialmente horrible. La hembra captura a su pareja del mismo modo que capturaría una presa cualquiera y le clava la proboscis en la cabeza mientras encajan sus genitales. Los jugos que inyecta en el macho disuelven sus entrañas, que la hembra sorbe con delectación hasta dejar al macho seco, y después se deshace de la cáscara vacía como un niño de un juguete que ya le aburre. Solo sus partes viriles, que se parten y se quedan en el cuerpo de la hembra, delatan que aquello fue algo más que un simple almuerzo.
Pero tal vez exista una explicación sencilla para esta conducta. Tal vez se trate de un error lamentable pero genuino. O quiza no sea más que una rara psicosis ocasionada por la vida en cautividad. Al fin y al cabo, aproximadamente una tercera parte de las especies caníbales solo se han visto cometiendo homicidio con sus amantes en condiciones de laboratorio; tal vez sólo ocurra en estas condiciones porque en un espacio confinado el macho no logra salir corriendo. Tal vez. Pero la mantis religiosa es una de las pocas especies que han observado tanto en laboratorio como en el campo, y la frecuencia de canibalismo es parecida en ambas situaciones. La diferencia es que en el laboratorio es sexo dura algunas horas más, posiblemente porque al macho le aterrorice la idea de desmontar a la hembra. (Normalmente, cuando el macho acaba salta a esconderse entre la maleza, a salvo de su amante. Los laboratorios no suelen ofrecerles la maleza, y entonces el macho se queda sobre la hembra como si cavilara su problema.) En cuanto a la excusa de que “me comí a mi amante por accidente”, qué quieres que te diga. Es cierto que los acidentes ocurren, pero sé de varias especies de araña cuyas hembras, sin duda, a la vista de un macho son más proclives a comérselo que a comérsela.... la cabeza. En cuanto ven a un macho, adoptan una postura sumisa, como diciendo “soy toda yuya”, y a la que el macho se confía, ¡zas!, saltan sobre él, lo envuelven y lo guardan en la alacena antes de que pueda decir “canibal”.
El problema es que a menudo el macho es cazado y comido antes de que tenga ocasión de aparearse. Desde su punto de vista, esto es un desastre. Si acaba siendo almuerzo durante el juego previo, es el fin para él y para sus genes, que quedan excluidos de la población. ¿Y desde el punto de vista de la hembra? El hábito no es tan contraproducente como pudiera pensarse. Para muchas de estas criaturas el macho constituye un ágape nada despreciable. Una hembra de araña del jardín, por ejemplo, engorda sensiblemente cada vez que se zampa a un amante. El único riesgo es que se torne tan agresiva que acabe sus días como los vivió: como una vieja gruñona y virgen. Pero ese riesgo es insignificante.
Para entender por qué, conviene que demos un paso atrás para tener una visión más general de lo que ocurre cuando las hembras intentan de forma regular comerse a sus amantes antes de practicar el sexo. En primer lugar, imaginemos un lugar en donde todas las hembras son igualmente rapaces. E imaginemos que cada hembra encuentra un solo amante en toda su vida. Si cada hembra se zampa a su único pretendiente en lugar de tirárselo, todos salen perdiendo; nadie se reproduce y la población acaba extinguéndose. Pensemos en cambio en lo que ocurre si algunos machos logran evitar ser comidos, al menos hasta haber completado el acto. Cualquier macho que escapase gozaría de una enorme ventaja frente a los que no lo lograsen. Y si el truco utilizado para escapar tuviese una base genética, entonces los genes implicados se extenderían rápidamente por toda la ploblación, puesto que todos y cada uno de los machos de la siguiente generación serían hijos de machos que se salvaron, y por tanto las hembras dispondrían nuevamente de parejas pese a su rapacidad.
Como es natural, en la vida real algunas mozas no serán tan feroces, lo que complica un tanto las cosas. Las hembras que no se comen a sus machos no corren el riesgo de morir siendo vírgenes, de manera, que si cada una tuviera un único pretendiente, las hembras más amables saldrían ganando. La razón es que si en la población hay hembras no caníbales, el macho puede tener la fortuna de aparearse aunque carezca de los genes que los habilitan para escapar. En consecuencia, la ventaja de saber escapar sería menor, los genes implicados se extenderían más lentamente, y las hembras rapaces tendrían una probabilidad mayor de topar con machos incapaces de eludirlas. Tras comerse a su único pretendiente, las hembras rapaces acabarían muriendo sin dejar descendencia, y los genes de la rapacidad poco a poco desaparecerían.
Añadamos ahora otra dosi de realidad y consideremos lo que ocurre si cada hembra pudiera encontrar a muchos pretendientes. En este caso no le importaría comerse a la mayoría de ellos. De hecho saldrían perdiendo si no lo hicieran, puesto que si todas las hembras intentan comerse a sus amantes, el canibalismo se convierte en una prueba. En una sociedad caníbal, los hijos sólo sobrevirán y se reproducirán si logran escapar de las garras de la hembra, así que merece la pena comprobar la habilidad del padre para escapar. Al mismo tiempo, todo macho que logre escapar gozará también de una gran ventaja sobre los que no escapen, y por tanto la frecuencia de sus genes aumentará en la población.
En resumen, cuanto mayor sea la probabilidad de que las hembras intenten comerse a sus amantes, mayor será la ventaja de ser hábil para la fuga y más rápidamente se extenderán por la población los genes correspondientes, en consecuencia, en la mayoría de las situaciones cabrá esperar antes la fuga que el canibalismo.
Pero ¿Cómo logra un macho acercarse lo suficiente para copular sin ser capturado? La técnica del juego de pica pared es una de las maneras, pero no funciona en el caso de un macho de araña que para llegar a la hembra tenga que atravesar su tela; cualquier vibración de los hilos le indicaría a la dueña dónde se encuentra su pretendiente. Además, mientras que un macho de mantis siempre puede acurrucarse encima de la hembra, en las arañas el sexo es más peligroso. Los machos de araña tienen dos penes (llamados pedipalpos), uno a cada lado de la boca, mientras que las hembras tienen dos orificios genitales en el vientre. Se comprende la dificultad. Es dificil imaginar sexo más íntimo.
La forma más segura de salir ileso es reducir de algún modo a la hembra. Por eso los machos de la araña Tetragnatha extensa no le temen al sexo. Disponen de una suerte de espolones en los “colmillos” que utilizan para mantener abiertas las mandíbulas de las hembras de manera que no puedan morderlos durante el abrazo. El macho del cangrejo araña Xysticus cristatus es un magnífico amante aficionado al bondage que ata a la hembra (¡afortunada ella!) antes de hacerle el amor. Y en Argyrodes zonatus , una diminuta araña plateada que vive en la tela de arañas mucho más grandes, los machos son el equivalente natural de la conducta que asociamos a las fraternidades americanas. Tienen en la cabeza un cuerno que secrega una potente droga, y ofrecen su cuerno a la hembra para que lo chupen hasta acabar tan colgadas que sean incapaces de resistir los avances del macho. Mejor que no se despierten con hambre...
En cuanto al Sr Mantis Religiosa, es víctima de un gope de mala suerte. Mientras está en posesión de la cabeza, su cerebro envía menjajes a sus partes diciéndoles cómo comportarse. Esto mantiene a raya su líbido hasta que alcanza su posición adecuada. Cuando pierde la cabeza, los mensajes que inhiben el comportamiento sexual quedan truncados y su cuerpo se convierte en una endemoniada máquina de sexo. El resultado es que puede copular aunque apenas quede nada de él. Pero aunque esto parezca probar que la evolución los ha dotado de una espectacular adaptación a ser comidos, el reflejo de “perder la cabeza y abandonarse al sexo” es en realidad bastante común en los machos de insectos. Incluso en los humanos ocurre algo parecido; cuando se estrangula a un hombre, quiera que no experimenta una erección, pero no porque la agonía le reporte un placer erótico, sino porque dejan de llegar al pene las señales del cerebro que le indican qe no levante la bandera. Para la mayoría este reflejo no es más curiosidad médica. Pero la mayoría no se encuentra a la Sra Mantis en la cama.
Consultorio sexual para todas las especies, (introducción a la biología evolutiva del sexo). Olivia Judson. Ed crítica. Traducció, Joan Lluís Riera Rey. (Cap 6. Pag 103-107)
Cómo hacer el amor con un caníbal
Querida doctora Tatiana:
Soy una mantis religiosa y he descubierto que disfruto más del sexo si primero decapito a mi amante de un mordisco. Es que al hacerlo sufren los espasmos más exitantes. De algún modo parecen estar menos inhibidos, más apremiantes; es fabuloso. ¿Te lo parece a ti tambien?
Me Gustan Decapitados en Lisboa
Algunos de mis mejores amigos son caníbales, pero entre nosotros te confesaré que el canibalismo no es lo mío. Aunque entiendo que te guste. Los machos de tu especie son unos amantes aburridos, y decapitarlos obra maravillas. Mientras que un gallo decapitado corretea atolondrado, un macho de mantis decapitado se retuerze en un frenesí sexual. ¿Por qué no será así cuando están enteros? Supongo que es difícil abandonar el sexo salvaje sin perder la cabeza.
Un macho de mantis religiosa corre peligro cuando se acerca o cuando se separa de ti, pero no mientras te monta; subido a tu espalda, que es la posición que habitualmente adoptan los machos intactos, no puedes atacarlo. Pero no hace falta que esté intacto para que puedas practicar el sexo con él. Si le cortas la cabeza mientras viene hacía ti, su cuerpo se estremecerá con unos espasmos que permitirán que sus genitales se conecten con los tuyos. Sin embargo, como seguramente no te extrañará, el macho prefiere que no le corten la cabeza. Ponte en su lugar; la sola idea hará que tiembles hasta la punta de las antenas. Bastará que veas una hembra para que el miedo te immobilice. Comenzarás a jugar a pica pared. Cada vez que la hembra girara la cabeza a otro lado, te acercarías un poco más. Cuando te mirara, te quedarías inmóbil como una estátua - ¡No! ¡No me mires¡Yo sólo soy una hoja – durante horas si hiciera falta. Tu objectivo: acercarte lo suficiente como para saltar a su dorso. Una vez montado sobre ella puedes copular sin temor alguno. Pero da un solo paso en falso y acabarás a las puertas del paraíso con la cabeza bajo el brazo. Imposible apostar más alto en el juego de pica pared.
En más de ochenta especies se ha sorprendido a la hembra comiendose a su amante antes, durante o después del sexo. Las arañas són las primeras en la lista de sospechosas, aunque tambien son culpables de homicidio otras mantis, algunos escorpiones y algunos quironómidos. Estos últimos són unas mosquitas pequeñas pero de gran apetito que devoran a sus amantes de una forma especialmente horrible. La hembra captura a su pareja del mismo modo que capturaría una presa cualquiera y le clava la proboscis en la cabeza mientras encajan sus genitales. Los jugos que inyecta en el macho disuelven sus entrañas, que la hembra sorbe con delectación hasta dejar al macho seco, y después se deshace de la cáscara vacía como un niño de un juguete que ya le aburre. Solo sus partes viriles, que se parten y se quedan en el cuerpo de la hembra, delatan que aquello fue algo más que un simple almuerzo.
Pero tal vez exista una explicación sencilla para esta conducta. Tal vez se trate de un error lamentable pero genuino. O quiza no sea más que una rara psicosis ocasionada por la vida en cautividad. Al fin y al cabo, aproximadamente una tercera parte de las especies caníbales solo se han visto cometiendo homicidio con sus amantes en condiciones de laboratorio; tal vez sólo ocurra en estas condiciones porque en un espacio confinado el macho no logra salir corriendo. Tal vez. Pero la mantis religiosa es una de las pocas especies que han observado tanto en laboratorio como en el campo, y la frecuencia de canibalismo es parecida en ambas situaciones. La diferencia es que en el laboratorio es sexo dura algunas horas más, posiblemente porque al macho le aterrorice la idea de desmontar a la hembra. (Normalmente, cuando el macho acaba salta a esconderse entre la maleza, a salvo de su amante. Los laboratorios no suelen ofrecerles la maleza, y entonces el macho se queda sobre la hembra como si cavilara su problema.) En cuanto a la excusa de que “me comí a mi amante por accidente”, qué quieres que te diga. Es cierto que los acidentes ocurren, pero sé de varias especies de araña cuyas hembras, sin duda, a la vista de un macho son más proclives a comérselo que a comérsela.... la cabeza. En cuanto ven a un macho, adoptan una postura sumisa, como diciendo “soy toda yuya”, y a la que el macho se confía, ¡zas!, saltan sobre él, lo envuelven y lo guardan en la alacena antes de que pueda decir “canibal”.
El problema es que a menudo el macho es cazado y comido antes de que tenga ocasión de aparearse. Desde su punto de vista, esto es un desastre. Si acaba siendo almuerzo durante el juego previo, es el fin para él y para sus genes, que quedan excluidos de la población. ¿Y desde el punto de vista de la hembra? El hábito no es tan contraproducente como pudiera pensarse. Para muchas de estas criaturas el macho constituye un ágape nada despreciable. Una hembra de araña del jardín, por ejemplo, engorda sensiblemente cada vez que se zampa a un amante. El único riesgo es que se torne tan agresiva que acabe sus días como los vivió: como una vieja gruñona y virgen. Pero ese riesgo es insignificante.
Para entender por qué, conviene que demos un paso atrás para tener una visión más general de lo que ocurre cuando las hembras intentan de forma regular comerse a sus amantes antes de practicar el sexo. En primer lugar, imaginemos un lugar en donde todas las hembras son igualmente rapaces. E imaginemos que cada hembra encuentra un solo amante en toda su vida. Si cada hembra se zampa a su único pretendiente en lugar de tirárselo, todos salen perdiendo; nadie se reproduce y la población acaba extinguéndose. Pensemos en cambio en lo que ocurre si algunos machos logran evitar ser comidos, al menos hasta haber completado el acto. Cualquier macho que escapase gozaría de una enorme ventaja frente a los que no lo lograsen. Y si el truco utilizado para escapar tuviese una base genética, entonces los genes implicados se extenderían rápidamente por toda la ploblación, puesto que todos y cada uno de los machos de la siguiente generación serían hijos de machos que se salvaron, y por tanto las hembras dispondrían nuevamente de parejas pese a su rapacidad.
Como es natural, en la vida real algunas mozas no serán tan feroces, lo que complica un tanto las cosas. Las hembras que no se comen a sus machos no corren el riesgo de morir siendo vírgenes, de manera, que si cada una tuviera un único pretendiente, las hembras más amables saldrían ganando. La razón es que si en la población hay hembras no caníbales, el macho puede tener la fortuna de aparearse aunque carezca de los genes que los habilitan para escapar. En consecuencia, la ventaja de saber escapar sería menor, los genes implicados se extenderían más lentamente, y las hembras rapaces tendrían una probabilidad mayor de topar con machos incapaces de eludirlas. Tras comerse a su único pretendiente, las hembras rapaces acabarían muriendo sin dejar descendencia, y los genes de la rapacidad poco a poco desaparecerían.
Añadamos ahora otra dosi de realidad y consideremos lo que ocurre si cada hembra pudiera encontrar a muchos pretendientes. En este caso no le importaría comerse a la mayoría de ellos. De hecho saldrían perdiendo si no lo hicieran, puesto que si todas las hembras intentan comerse a sus amantes, el canibalismo se convierte en una prueba. En una sociedad caníbal, los hijos sólo sobrevirán y se reproducirán si logran escapar de las garras de la hembra, así que merece la pena comprobar la habilidad del padre para escapar. Al mismo tiempo, todo macho que logre escapar gozará también de una gran ventaja sobre los que no escapen, y por tanto la frecuencia de sus genes aumentará en la población.
En resumen, cuanto mayor sea la probabilidad de que las hembras intenten comerse a sus amantes, mayor será la ventaja de ser hábil para la fuga y más rápidamente se extenderán por la población los genes correspondientes, en consecuencia, en la mayoría de las situaciones cabrá esperar antes la fuga que el canibalismo.
Pero ¿Cómo logra un macho acercarse lo suficiente para copular sin ser capturado? La técnica del juego de pica pared es una de las maneras, pero no funciona en el caso de un macho de araña que para llegar a la hembra tenga que atravesar su tela; cualquier vibración de los hilos le indicaría a la dueña dónde se encuentra su pretendiente. Además, mientras que un macho de mantis siempre puede acurrucarse encima de la hembra, en las arañas el sexo es más peligroso. Los machos de araña tienen dos penes (llamados pedipalpos), uno a cada lado de la boca, mientras que las hembras tienen dos orificios genitales en el vientre. Se comprende la dificultad. Es dificil imaginar sexo más íntimo.
La forma más segura de salir ileso es reducir de algún modo a la hembra. Por eso los machos de la araña Tetragnatha extensa no le temen al sexo. Disponen de una suerte de espolones en los “colmillos” que utilizan para mantener abiertas las mandíbulas de las hembras de manera que no puedan morderlos durante el abrazo. El macho del cangrejo araña Xysticus cristatus es un magnífico amante aficionado al bondage que ata a la hembra (¡afortunada ella!) antes de hacerle el amor. Y en Argyrodes zonatus , una diminuta araña plateada que vive en la tela de arañas mucho más grandes, los machos son el equivalente natural de la conducta que asociamos a las fraternidades americanas. Tienen en la cabeza un cuerno que secrega una potente droga, y ofrecen su cuerno a la hembra para que lo chupen hasta acabar tan colgadas que sean incapaces de resistir los avances del macho. Mejor que no se despierten con hambre...
En cuanto al Sr Mantis Religiosa, es víctima de un gope de mala suerte. Mientras está en posesión de la cabeza, su cerebro envía menjajes a sus partes diciéndoles cómo comportarse. Esto mantiene a raya su líbido hasta que alcanza su posición adecuada. Cuando pierde la cabeza, los mensajes que inhiben el comportamiento sexual quedan truncados y su cuerpo se convierte en una endemoniada máquina de sexo. El resultado es que puede copular aunque apenas quede nada de él. Pero aunque esto parezca probar que la evolución los ha dotado de una espectacular adaptación a ser comidos, el reflejo de “perder la cabeza y abandonarse al sexo” es en realidad bastante común en los machos de insectos. Incluso en los humanos ocurre algo parecido; cuando se estrangula a un hombre, quiera que no experimenta una erección, pero no porque la agonía le reporte un placer erótico, sino porque dejan de llegar al pene las señales del cerebro que le indican qe no levante la bandera. Para la mayoría este reflejo no es más curiosidad médica. Pero la mayoría no se encuentra a la Sra Mantis en la cama.
Consultorio sexual para todas las especies, (introducción a la biología evolutiva del sexo). Olivia Judson. Ed crítica. Traducció, Joan Lluís Riera Rey. (Cap 6. Pag 103-107)
divendres, d’octubre 15, 2004
Dilluns, 18 d'octubre
Nosotros
Juan José Millás
El Corte Inglés es El Corte Inglés porque lo sabe todo acerca de sí mismo. Sería absurdo que un empleado de esos grandes almacenes recibiera el Nobel por averiguar el número de tiendas que tienen repartidas por el mundo. Lo mismo podríamos decir de La Caixa, de la Renault o de Toshiba, corporaciones complejísimas, pero cuyo funcionamiento es de sobra conocido por sus gestores. De ahí que no padezcan problemas de identidad. Sería muy difícil que Telepizza se despertara un día creyendo que es la Telefónica, mientras que cualquiera de nosotros puede, en cambio, amanecer convencido de que es Napoleón. Muchas de esas empresas están repartidas por la geografía nacional e internacional sin que las diferencias de lengua o de sistemas políticos les afecten lo más mínimo. Una vez hice un cálculo de los metros cuadrados de El Corte Inglés y resultó que, una vez sumados los de todos sus establecimientos, tenía el tamaño de un país cuya geografía se encontraba minuciosamente dosificada por aquí y por allá. Pese a ello, no sufría esquizofrenia alguna. ¿Por qué? Porque sabe quién es.
Digo yo que si nosotros fuéramos nosotros deberíamos estar al corriente de cómo nos funciona el sentido del olfato. Pues no, ni idea. De hecho, acaban de dar el Nobel a unos señores que han descubierto un par de cosas nuevas sobre la nariz. Y quien habla del olfato habla del aparato locomotor o del circulatorio. No sabemos qué se enciende cuando se activa o se desactiva un gen, que es como no saber dónde están los interruptores de la luz de tu propia casa. El hígado es un misterio, el riñón son dos misterios, el trigémino son tres misterios, lo que viene a ser como si la IBM ignorara a qué se dedica. Así las cosas, resulta patético que yo pretenda ser yo, o que nosotros estemos convencidos de ser nosotros.
Es tan evidente que somos otros que ya da pereza repetirlo. Y si estoy seguro de ser otro, pues aún no he logrado averiguar por qué me acatarro ni por qué me enamoro ni por qué me produce asco la nata, quién me manda a mí ser español o vasco o canadiense o portugués. La pregunta correcta no es quién somos, sino de quién somos, para quién vamos, para quién venimos. Qué raro es todo.
EL PAÍS 15-10-04
Nosotros
Juan José Millás
El Corte Inglés es El Corte Inglés porque lo sabe todo acerca de sí mismo. Sería absurdo que un empleado de esos grandes almacenes recibiera el Nobel por averiguar el número de tiendas que tienen repartidas por el mundo. Lo mismo podríamos decir de La Caixa, de la Renault o de Toshiba, corporaciones complejísimas, pero cuyo funcionamiento es de sobra conocido por sus gestores. De ahí que no padezcan problemas de identidad. Sería muy difícil que Telepizza se despertara un día creyendo que es la Telefónica, mientras que cualquiera de nosotros puede, en cambio, amanecer convencido de que es Napoleón. Muchas de esas empresas están repartidas por la geografía nacional e internacional sin que las diferencias de lengua o de sistemas políticos les afecten lo más mínimo. Una vez hice un cálculo de los metros cuadrados de El Corte Inglés y resultó que, una vez sumados los de todos sus establecimientos, tenía el tamaño de un país cuya geografía se encontraba minuciosamente dosificada por aquí y por allá. Pese a ello, no sufría esquizofrenia alguna. ¿Por qué? Porque sabe quién es.
Digo yo que si nosotros fuéramos nosotros deberíamos estar al corriente de cómo nos funciona el sentido del olfato. Pues no, ni idea. De hecho, acaban de dar el Nobel a unos señores que han descubierto un par de cosas nuevas sobre la nariz. Y quien habla del olfato habla del aparato locomotor o del circulatorio. No sabemos qué se enciende cuando se activa o se desactiva un gen, que es como no saber dónde están los interruptores de la luz de tu propia casa. El hígado es un misterio, el riñón son dos misterios, el trigémino son tres misterios, lo que viene a ser como si la IBM ignorara a qué se dedica. Así las cosas, resulta patético que yo pretenda ser yo, o que nosotros estemos convencidos de ser nosotros.
Es tan evidente que somos otros que ya da pereza repetirlo. Y si estoy seguro de ser otro, pues aún no he logrado averiguar por qué me acatarro ni por qué me enamoro ni por qué me produce asco la nata, quién me manda a mí ser español o vasco o canadiense o portugués. La pregunta correcta no es quién somos, sino de quién somos, para quién vamos, para quién venimos. Qué raro es todo.
EL PAÍS 15-10-04