Nostàlgia de paisatges virtuals

Nostalgia de paisajes virtuales
Juan cueto
Tengo un serio problema con el paisaje. Resulta que los paisajes que siempre me gustaron ya no existen, los destrozaron las conurbaciones, las autopistas, los tendidos eléctricos, los chiringuitos, los tendejones industriales, la tercera linea de los chalés adosados o los cultivos agrícolas subvencionados por Bruselas, pero los paisajes que actualmente me gustan tampoco existen. O son paisaje virtuales (del cine, los videojuegos, el net-art) o son publicidades turísticas engañosas de imágenes digitales retocadas por Adobe Photoshop y que luego, cuando picas, pagas, viajas e intentas disfrutarlos, descubres que son meros parques temáticos que intentan representar los tópicos majúsculos del Caribe, la Toscana o los mares del Sur.
Y cuando el magnífico paisaje que te vende la agencia de viajes existe realmente, todavía no ha sido machacado, hay que organizar una costosísima y agotadora expedición desde el lejano y urbano hotel para verificar in situ, con precisión topológica, que sí, que se parece mucho al de la fotografía turística que hizo salvar tu sed de paisajes. Entonces desenfundas tu cámara digital e intentas reproducir lo más fielmente posible, desde el mismo punto de vista, la imagen del folleto. Sólo para que conste que estuviste allí.
Lo mejor y lo más barato sería quedarse en casa contemplando en tus pantallas paisajes virtuales (algunos estupendos: la versión neozelandesa de las tierras de Tolkien o la gran saga del videojuego Myst) por medio de la tele, Internet, el DVD o la Play-Station, pero con los años, a medida que envejeces, la única líbido que se activa es la de ver y oler aquellos paisajes de tu niñez y juventud de los que ya no hay rastro.
Lo curioso es que en aquellos tiempos juveniles nunca le había prestado al paisaje demasiada atención. El paisaje era lo que estaba detrás de las cosas, las pelis, las novias, los libros o los tebeos. Y siempre que podía me lo saltaba; como con las descripciones paisajísticas de las novelas, aunque allí, en las páginas que zapeaba, estuviera el verdadero genio del escritor y su máximo esfuerzo literario. Con el celuloide era algo distinto, porque ya me dirán cómo saltarse los paisajes del western o de las aventuras de las velas blancas, las selvas verdes y los desiertos rojos, aunque mi auténtica devoción eran las acciones y las estrellas, y no aquellas pausas de los horizontes de grandeza, que tambien, como supe después, eran el meollo del cine de autor. Pero influyeron subliminalmente, como dicen los publicitarios. Ahora, ya digo, estoy sentimentalmente obsesionado por el paisaje, y cuando releo y reveo los viejos títulos, lo único que archivo, si es que aún hay sitio ahí arriba para archivar algo, son aquellos pasajes en los que me saltaba el paisaje.
Resumiendo. El paisaje que añoro ha desaparecido de la faz de las tierras no turísticas o se ha convertido en parque temático, y encima tengo nostalgia de unos paisajes que estaban fabricados de ficción y en definitiva eran tan irreales como ahora mismo lo son los virtuales de El señor de los anillos i Myst. O sea, que el paisaje sempre es nostalgia de unos paisajes grabados en la parte de la tierra del disco duro cerebral y que muchas veces eran paisajes de mentira.
Pero si el paisaje tradicional siempre fue artificial, al menos desde que los románticos inventaron con la mirada y la pluma los mitos del bosque ameno, las cumbres escarpadas y los valles apacibles, una visión que exigía ser contemplada a cuatro kilómetros por hora, que era la velocidad precisa para filosofar por esa escenografía europea en las épocas de la Ilustración y, después, de la Institución Libre de Enseñanza (aunque por la meseta castellana y no por las estribaciones de los Alpes), lo muy cierto es que el actual paisaje europeo, y el nuestro primer lugar, ha padecido uno de los mayores descuartizamientos de la historia de la naturaleza y de la cultura.
Ya no hay nada que pasear románticamente ni filosofar ilustradamente a cuatro kilómetros por hora. Y cuando, por fin, te encuentras con la naturaleza propiamente dicha luego de superar la tercela linea de las urbanizaciones periféricas ( las exurbs, que le dicen en los Estados Unidos al horror seudometropolitano que rodea la metrópoli), los polígonos industriales, los nudos de las autopistas, los techos de uralita y los centros comerciales, llegas al más artificial de los paisajes agrarios jamás construidos por el hombre: esos interminables y nada amenos campos de maiz y girasoles que cubren los viejos paisajes de las eurollanuras con un paisaje clónico, cuando no genéticamente modificado, y cuyo único sentido son las subvenciones de Bruselas.
Entonces, para apagar esa repentina sed de paisaje que padezco, sin nada que pasear, me encierro clandestinamente en el cuarto oscuro de las pantallas y enciendo esos fantásticos paisajes virtuales que, ya lo verán, serán la única nostalgia paisajística de nuestros nietos.
El Pais /EPS/4-7-04