Diumenge, 28 de febrer
Enrique Vila-Matas "El último detalle"
En la hora final es seguro que nos acompañará algún detalle inesperado, ridículo, o simplemente irrelevante. ¿Quién no recuerda a Hugh Person en Cosas transparentes, de Nabokov? Rodeado de las llamas que van a abrasarle, se le aparece fugazmente una página de un cuaderno que tenía de niño: nada menos que una lámina con el dibujo de unas hortalizas.Proust habló de que una irrelevancia siempre marcará nuestra muerte, porque nunca estaremos preparados para ella, nunca pensamos que la muerte puede llegar en cualquier momento. Al meditar sobre esto, me acuerdo de que, en realidad, he vivido ya la experiencia del detalle irrelevante que cruza la escena mortal. Fue en el verano de 1956 y es un recuerdo verdadero que he cedido en más de una ocasión a mis personajes de ficción. Aferrado a una colchoneta y cuando ya unas olas encrespadas iban a engullirme sin remedio, fui salvado en el último segundo por una heroica nadadora. Escenario: una playa de la costa Brava. En mis ficciones esa playa ha sido indistintamente Palamós, Tossa, Cadaqués y Port de la Selva. Todo el rato que pasé aferrado a la colchoneta, fui consciente de que iba a morirme, pero tenía la mente ocupada por una escena de El Jabato, mi cómic preferido, en el que el héroe vivía una situación parecida y acababa siendo rescatado por el enclenque poeta Fideo, un personaje que iba siempre acompañado de un arpa.
No he olvidado nunca aquella arpa, curioso detalle en la hora de mi primera muerte. Y ya metidos en música, diré que en su momento siempre me llamó mucho la atención esa historia del alpinista Joe Simpson que en 1985, a 6.000 metros de altitud, cayó de una cornisa de hielo y le dieron por muerto. Espontáneamente en su cabeza apareció la canción de Boney M Brown Girl in the Ring. Nunca le había gustado aquella música, y se sintió muy furioso sólo de pensar que iba a morir con aquella banda sonora. El otro día, pasé una larga hora sin poder librarme de la imagen de la cabeza de un futbolista del Liverpool. No había forma de que me acordara de su nombre. ¿Tienen nombre las cabezas? La imagen me persiguió un buen rato, hasta que por fin, picado en mi amor propio, me concentré a fondo y logré recordar quién era el jugador: un conocido extremo izquierda. No quiero ni pensar lo que podrían ser mis últimos momentos si, cuando me llega la hora, me da por acordarme de la dichosa cabeza de Liverpool.
He vuelto a encontrar la historia del escalador Simpson en How Fiction Works (traducido aquí como Los mecanismos de la ficción), un libro del crítico James Wood. Allí, después de relatarnos la aparición de Brown Girl in the Ring en la cumbre nevada, Wood comenta: "En la literatura, como en la vida, la muerte se suele ver asistida por una aparente irrelevancia, desde Falstaff, que balbucea algo acerca de unos campos verdes, hasta Joachim en La montaña mágica, que mueve el brazo encima de la manta como si estuviera recogiendo o reuniendo algo". Nunca socialmente tuve tanto éxito como cuando contaba en fiestas y reuniones anécdotas con las últimas palabras de personajes famosos. La gente reía con ganas, aunque algo histérica, quizá porque les hacía recordar la irrelevancia que cruzará por su vida el día de su propia muerte. Pero reían mucho. Me acuerdo de la gracia que les hacía la ejemplar muerte de Buster Keaton. Alguien junto a su cama de enfermo observó: "Ya no vive". "Para saberlo, respondió otro, hay que tocarle los pies. La gente muere con los pies fríos". "Juana de Arco, no", dijo Buster Keaton, y quedó muerto.
Un ejemplo que se acerca a la experiencia de Simpson lo encuentra Wood en el admirable final de Chejov a su historia El pabellón número 6. El doctor Ragin se está muriendo: "Un rebaño de ciervos, extraordinariamente bellos y graciosos, sobre los que había leído el día anterior, pasó corriendo junto a él; una campesina se le acercó con una carta certificada...Mijaíl Averyanych dijo algo. Luego todo se desvaneció y Andrei Yefimych perdió la conciencia para siempre".
La mujer campesina con la carta certificada, comenta Wood, quizá sea excesivamente "literaria" (la Parca que le reclama, etcétera), pero ¡ese rebaño de ciervos!: "Qué maravilla la sencillez de Chejov, que sumido en la mente de su personaje no dice: 'pensó en los ciervos sobre los que había estado leyendo', sino que simplemente afirma que los ciervos pasaron 'corriendo junto a él".
En un fragmento de El silencio del cuerpo, libro de Guido Ceronetti, hay una escena que también parece terminal. Habla el escritor del día en que los portales de Turín comenzaron a cerrarse ante una amenaza de inundación. Las calles se fueron quedando rápidamente desiertas. La luz era diurna, pero sin que se advirtiera en ningún momento el paso de las horas. La gente se resguardaba encerrándose en las casas con provisiones para resistir durante un largo espacio de tiempo: "Me aterrorizaba sobre todo el color lívido de la luz y el lenguaje mudo de aquellos portales cerrados, en fila todos, que representaban la ciudad entera, concentrada en una única calle. Volví a entrar en casa, y unas manos diligentes cerraron inmediatamente el portal a mis espaldas. Ya no debía salir nadie más; ya, tal vez, nadie más saldría".
¡Unas manos diligentes! Me quedé con ese detalle. Y las manos diligentes me han seguido hoy a todas partes y han cerrado todo lo que he visitado. Si ahora que acabo de cerrar la última puerta, me alcanzara la Parca, ésta me encontraría vigilando, de la forma más diligente, la aparición de cualquier detalle irrelevante. Así la sorpresa quizá se la llevaría ella. Cualquier detalle trivial. Sea un rebaño de ciervos, o el arpa del enclenque poeta, o la cabeza del Liverpool. Sea una luz lívida. Sea ese cielo sobre el puerto, cuyo color recuerda una pantalla de televisión sintonizada en un canal muerto.
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El Pais/FRAGMENTO LITERARIO: Escrituras EL ÚLTIMO DOMINGO/ENRIQUE VILA-MATAS 28/02/2010
Enllaços: El Jabato,50 años de El Jabato
1 - Un insomnio puro y duro empuja a un novelista amigo a escribirme en plena noche y hablarme del mercado editorial, donde cada vez cuentan menos los autores y más los negociantes de todo tipo que orbitan a su alrededor. Me habla de un mercado analfabeto que va acostumbrando a la gente a leer inmundicias, hasta el punto de que pronto ya nadie se acordará de lo que fue la alta literatura. Ocurre con esto como con la calidad de nuestros alimentos. A medida que desciende pavorosamente la exigencia de calidad, la gente cada vez recuerda menos lo que se comía antes, y habrá un día en que, por falta absoluta de memoria, la gente creerá que la bazofia es lo que se ha comido siempre.
2 - Otro amigo que tampoco duerme -amiga en este caso- da vueltas a ese fenómeno que tanta gente ha experimentado y que han comentado, entre otros, Bioy Casares y Andrés Ibáñez. Tenemos insomnio y caminamos en la oscuridad por nuestra propia casa porque es de noche y no queremos despertar a los otros. Se ven débilmente los contornos de los objetos, y con eso nos basta. Pero vamos avanzando por un pasillo hasta que la oscuridad es total. ¿Qué sucedería si siguiéramos andando en esta total negrura y de pronto llegáramos a otro lugar? Para Ibáñez, las películas de David Lynch tratan siempre de ese pasillo que nos conduce a lugares mentales de nuestra propia casa o cerebro que no habíamos antes visitado. Para mi amiga insomne, el maestro de los pasillos oscuros es el novelista Murakami.
3 - El más insomne de mis amigos me cuenta que su falta de sueño ha potenciado su obsesiva manía de sacar a la luz lo que ha sido relegado a la sombra. Le pregunto por el último escritor que ha rescatado del olvido, y me habla, con una sonrisa en los labios, de Alcanter de Brahm, que nació en 1868 en Mulhouse y fue poeta, chansonnier, crítico y ensayista. Nadie lo lee hoy en día y sin embargo ha pasado a la historia por haberse inventado una palabra y un signo, lo que no es poca cosa, pues ya quisieran muchos haber pasado por la vida habiendo dejando semejante legado. La palabra que inventó es arribista. Cuando decimos de alguien que es un arribista estamos utilizando la palabra que con tanta fortuna creó el señor Alcanter de Brahm cuando para mofarse abiertamente de Maurice Barrès escribió el libro L'arriviste. En cuanto al signo de puntuación que creara, éste se usó muy poco, aunque últimamente está resucitando. Se trata del llamado "signo de ironía". Alcanter de Brahm lo veía cándidamente como indispensable para el matiz de la lectura. Y aunque lo inventó para marcar las frases zumbonas o satíricas que dan tono al idioma literario, su punto de ironía no duró mucho porque es obvio que quien sabe leer no necesita que con un punto le indiquen la entonación que debe dar a las frases.
5 - Un amigo que duerme mucho dice que duerme menos desde que no hacen más que preguntarle todo el rato qué va a ser de la era Gutenberg -"nena, qué va a ser de ti"- a causa del auge de lo audiovisual y todo eso. Ya le aburre el tema, dice. ¡Pero mucho! Además, en realidad esta ola de lo visual y de lo digital es un fenómeno que recuerda al que tuvo lugar en el siglo XVI cuando la experiencia literaria pasó a ser visual en lugar de auditiva. A principios de aquel siglo, la gente todavía entendía mejor lo que se leía en voz alta que su propia lectura en silencio. Y es que hasta que se inventó la imprenta, la sensibilidad literaria de la gente fue auditiva. Y ya entonces se discutió si la llegada de la lectura visual en silencio no iba a ser una catástrofe.
Desde que he sabido que hay más moléculas en una simple gota de agua que estrellas en todas las galaxias juntas, he perdido el respeto al universo, sobre todo si se considera que nuestro cuerpo está formado sólo de agua en sus tres cuartas partes. Es más fascinante y misterioso mirar hacia abajo que hacia arriba. El microscopio ha desbancado al telescopio como instrumento poético e imaginativo, ya que entre los electrones y el núcleo de un átomo existe proporcionalmente tanta o más distancia que de la tierra a la luna. De hecho, estamos vacíos. Por eso los millones de partículas radioactivas que desprenden las galaxias atraviesan nuestro cuerpo sin tocarlo siquiera. Cuando en las noches de verano contemples las constelaciones, que los antiguos asimilaban a figuras de animales, pregúntate qué puede hacer por ti la Osa Mayor o qué puedes hacer tú por la Casiopea. Nada de nada, aparte de inspirarte algún deseo imposible. Las esferas celestes están estúpidamente encadenadas a sus órbitas. El tejado de tu casa, que en las mañanas de invierno amanece cubierto de escarcha, es un universo más inquietante. También se pueden considerar constelaciones las huellas que en él han dejado los pájaros. Trillones de moléculas habitan en una gota de rocío formando un firmamento estrellado en el que participa directamente la carne y la sangre del cuerpo humano hasta la intimidad de todas sus las células, que también navegan en agua. El espíritu es el resultado de una alta tecnología química. En el Instituto Craig Venter de Estados Unidos se ha dado el primer paso para la creación de vida artificial. Muy pronto será presentada en sociedad una bacteria viva creada por la ingeniería genética a partir de elementos inertes. Hacia ese universo infinito de la profunda materia hay que volcar la imaginación poética, la esperanza y el terror. Dejemos que las galaxias se devoren entre ellas y se suiciden lanzándose a un agujero negro. La escarcha que aletea con el primer sol en el tejado en la mañana de invierno contiene todas las moléculas del espíritu y de la carne. Las huellas de los pájaros son constelaciones que cubren todos los sueños.
Cuando la luz de la euforia dejó paso a una neblina de desilusión en los ojos de su hijo, los dos cruzaron una mirada de inteligencia tácitamente pactada desde hacía mucho tiempo. Y sin embargo, cada uno pensó en sí mismo.
1. Aunque no se había ido nunca, vuelve la oscura corriente que corría rápidamente desde el corazón de las tinieblas, llevándonos río Congo abajo, hacia el mar, con una velocidad doble a la del viaje en sentido inverso. Y vuelve también la vida de Kurtz a correr también rápidamente, desintegrándose en el mar del tiempo inexorable. Coincidiendo con el 150aniversario del nacimiento de Joseph Conrad, aparece una edición conmemorativa de El corazón de las tinieblas. Su autor escribió otras obras memorables, pero el largo monólogo de Marlow, contrafigura del propio Conrad en Corazón de tinieblas (ése sería el título más exacto, pues permite el doble sentido del original), se ha salvado de todas las oscuras corrientes del olvido.