divendres, d’octubre 31, 2003

Dissabte, 1 de novembre


Atmosfera mental


atmosfera Pensar és l'activitat que ens singulatiza de la resta d'espècies animals del planeta. Però no cantem victòria: el contigut i finalitat dels nostres pensaments són intents solitaris de copsar la realitat. I fins i tot filosòsofs, literats, cineastes només han arribat a reflectir-la a trossos. La possibilitat que estiguem envoltats d'un pensament que som incapaços pensar, de la mateixa manera que estem envoltats d'una atmosfera que som incapaços de veure, és la reflexió que fa Juan José Millás en aquest article. (Una pensada que podem afegir a l'atmosfera de pensaments que ens pensen).

Destrozos


La condición para que algo nos resulte invisible es que nos rodee. No vemos, por ejemplo, la atmósfera porque estamos sumergidos en ella. Los astronautas, en cambio, aseguran que es una especie de tul entre gaseoso y líquido que nos envuelve como un papel de regalo. Allan Poe demuestra en La carta robada que el mejor modo de ocultar un objeto es colocarlo a la vista. Cabe preguntarse si la ceguera que padecemos respecto a la atmósfera y a las cartas robadas es semejante a la que sufrimos respecto a las ideas. ¿Estaremos envueltos por una idea dominante que no somos capaces de pensar? De ser así, ¿en qué espacio mental tendríamos que colocarnos para que esa idea envolvente se nos hiciera tan palmaria como la atmósfera a los astronautas?

Llevamos siglos intentando hallar un punto de vista original desde el que observar la realidad. La literatura y el cine nacen seguramente de esa aspiración. ¿Dónde pongo la cámara?, se pregunta el director de cine en cada escena. La cámara se ha puesto ya en todas partes, a veces con resultados estremecedores, pero desde ninguna posición hemos logrado ver la "atmósfera" mental que daría respuesta a todas las preguntas. Los filósofos, por su parte, se colocan en las posturas más extrañas que quepa imaginar para mirar la vida. Los ha habido capaces de desmontar la realidad como se desarma un traje, pero ninguno ha dado todavía con un hallazgo tal que nos permitiera dejar de pensar, pues se piensa para eso: para dejar de hacerlo.

El descubrimiento de que estamos rodeados de una atmósfera que no podemos ver debería inducirnos a sospechar que estamos envueltos también por un pensamiento que somos incapaces de pensar y en el que es probable que hayamos hecho destrozos parecidos a los perpetrados en la capa de ozono. Ello explicaría lo mal que van las cosas y la naturalidad con la que hemos abandonado la dirección del universo a un grupo de paranoicos. La pregunta es si nos matará antes el agujero de ozono o el lógico. Yo preferiría que me matara el de ozono. Tal vez en el momento mismo de morir se aprecie, como desde el interior de una nave espacial, la materia de la que está hecho el otro.

El Pais/ 31-10-03

dissabte, d’octubre 18, 2003

Dissabte, 18 d'octubre


Temps activat


temps El temps és la mesura de totes les coses. Les embolca, les sosté i les escampa per tornar-les a reunir. Vicent verdú ens parla d'això en el seu article "Tiempo". I com si fos cosa de l'atzar avui Manuel Vazquez Montalban ens ha deixat el seu temps viscut mentre esperava el seu vol en la sala d'espera d'un aeroport internacional. Recollim-lo i disfrutem-lo com un gran regal.


El tiempo

Llegará un día en que no será necesario desintegrar los átomos o quemar barriles de gasóleo, sino que toda la energía procederá de la misma escena universal rezumando su fluido sobre la existencia. En esa escena el tiempo se revelará como elemento crucial para producir, curar, elevar, impulsar y desarrollar cualquier innovación humana. Hasta ahora, el tiempo ha funcionado eficaz y obsesivamente para darnos muerte, pero ¿cómo no suponer que esa potencia tremenda podría acaso encauzarse en otras direcciones?

La historia de la ciencia ha ensayado con la inversión de la flecha del tiempo, pero hasta hora su marcha ha seguido en apariencia la dirección del fin, el estibado fatal de los cuerpos y las almas en cuyos mausoleos se van acumulando toneladas y toneladas de un tiempo inactivo. Un tiempo convertido en residuo, desprovisto de misión y sólo hábil, a través de la memoria, como generador de dolor y melancolía. ¿Cómo no rebelarse pues ante esta triste superproducción? Más que la energía de los rayos solares, más que el empuje del viento o de las olas, más devorador que una hoguera, el tiempo puede constituirse en el carisma de la potencia futura. Tiempo no para envejecer o perecer al estilo que introdujo el medievo, sino para perdurar colectivamente, y sin tasa, a través de su fluido purificado de siniestralidad.

A derecha e izquierda de nuestra presencia material, un enjambre de transparencias nos sostienen y nos abrazan, nos hacen perder el sentido o nos disgregan. Pero esta envoltura no debe ser en absoluto incontrolable y fatal, por invisible que sea. Las influencias positivas son tanto más determinantes cuanto menos alcanzamos a detectarlas, como es tanto más potente la luz cuando por su extrema claridad nos deslumbra y no conseguimos verla. El mundo que persiste fuera de la percepción acoge, sin duda, las energías límites. Energías descomunales, sobrehumanas, tan decisivas en su actuación que serán capaces de alterar nuestra naturaleza. Hacernos morir pero también reforzarnos mediante saltos en la especie. Saltos de envergadura para toda la condición humana y a los que sólo podría contribuir la aún ignorada y bondadosa complexión del tiempo.

El Pais/ 18-10-03

diumenge, d’octubre 05, 2003

Diumenge, 5 d'octubre

Títols a la recerca d'autor


llibres Un llibre sense títol seria com una persona sense cara. El que ens permet recordar-lo quan pensem en ell. Per això és important trobar-ne un de bon. De vegades aquesta tasca no és tan fàcil i l'autor, quan ja té el llibre escrit, encara està pendent d'un títol. Javier Cercas ens explica que no cal desanimar-se perquè la majoria de les vegades sempre hi ha un títol buscant un autor.

Se busca escritor

Javier cercas


Una de las torturas más despiadadas a las que debe someterse un escriptor consiste en buscar nuevos títulos a sus escritos. Umberto Eco asegura que el mejor título de la literatura universal es Los tres mosqueteros, porqué los mosqueteros de la novela inmortal de Dumas en realidad no son tres, sino cuatro. Es verdad, a menudo, cuanto más desorientador o más ambiguo, cuanto menos relación directa guarde con el contenido real del libro, mejor es el título. Claro que lo normal es que un buen escritor sea un buen titulador; pero todos conocemos libros malísimos que llevan títulos buenísimos, y libros buenísimos que llevan títulos malísimos. Marcel Proust puso el título insufrible de En busca del tiempo perdido a uno de los libros más perspicaces que se han escrito nunca, si bien antes de publicarse por entero ese mismo libro llevó un título distinto, aunque no mucho mejor: Las intermitencias del corazón. El caso no es infrecuente: muchos libros llevaron, antes de publicarse, títulos distintos del definitivo, ¿Ejemplos? Limitémonos al castellano; limitémonos a los años sesenta, que fueron una década prodigiosa de la novela en castellano: La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, se titulaba originalmente La morada del héroe; Rayuela, de Cortázar; El mandala; Tres tristes tigres, de Cabrera Infante, Vista del amanecer en el trópico, i durante muchos años Cien años de soledad se tituló La casa. No hay discusión, me parece: en esas cuatro obras maestras, los títulos definitivos son superiores a los originales; pero esto siempre no está tan claro: Si te dicen que caí, de Marsé, se tituló originalmente Adiós, muchachos, i La verdad sobre el caso Savolta, de Mendoza, Los soldados de Cataluña, títulos ambos que acaso no son inferiores al definitivo.

Pero no: quizá lo fundamental no es que un título sea inferior o superior a otro, sinó que sea necesario; es decir: que la propia obra, de una forma a un tiempo vehemente y misteriosa, lo exija. En 1996 terminé de escribir una novela cuyo título inapelable era Intemperie, pero en los meses siguientes aparecieron en España una novela y dos poemarios que llevaban exactamente el mismo título. Eufórico, pensé que mi título era muy bueno, porque era imposible que a cuatro compatriotas se nos ocurriera al mismo tiempo el mismo título sin que éste fuera muy bueno; horrorizado, supe que debía cambiarlo. Durante meses de torturas lo intenté: en vano. Un dia, mi amigo Quim Monzó me sugirió uno alternativo: La felicidad. Me pareció un título redondo, así que lo acepté de inmediato y durante meses la novela pasó a titularse La felicidad, hasta que una mañana me desperté con la certidumbre providencial de que ese título magnífico no era el título de mi novela y llegué justo a tiempo para bautizarla con su nombre verdadero: El vientre de la ballena; sólo cautro años despues comprendí que esa intuición de última hora no era equivocada. Fue en 2001, cuando Lluís-Anton Baluenas publicó una novela titulada La felicidad. En cuanto estuvo en las librerías, la compré y la leí; entonces respiré aliviado; mi novela no podía de ningún modo haberse titulado La felicidad, porqué esa sin el menor género de dudas el título que exigía la de Baluenas. Pasó el tiempo. Olvidé el asunto. Pero hace unas semanas, cuando por fin conocí a Baluenas, lo recordé, y lo primero que le dije fue que yo había estado a punto de robarle un título. "¿De veras?", preguntó. Le conté la historia. "Ah", sonrió entonces. "Pero tu historia está incompleta". Baluenas me contó que el título original de su novela no era La felicidad, sino El mejor de los mundos, con el que dos años atrás se había presentado a un premio y lo había ganado. Apenas veinte minutos antes de que se lo entregasen, cuando viajaba en coche al lugar donde debía recojerlo, sonó su móvil. Era Quim Monzó. Monzó, a quien Baluenas apenas conocía, le dijo que había leído en la prensa que había ganad o el premio con un libro titulado El mejor de los mundos, y que estaba desolado, porqué ese era precisamente el título del libro que él iba a publicar en unos meses. Baluenas comprendió al instante que su título era mucho menos definitivo para él que para Monzó, y se puso a buscar una solución, pero fue Monzó, que guarda en una carpeta decenas de títulos sin amo para usarlos o registrarlos algún día, quien se la dió, y durante los los 20 minutos que precedieron a la entrega solemne del premio le estuvo leyendo por teléfono su arsenal de títulos, hasta que, cuando ya estaba a punto de subir al escenario para recoger el premio, llegó la felicidad, y en ese momento Baluenas comprendió que ese había sido siempre el título de su libro, sólo que él había sido incapaz de encontrarlo, y comprendió también que tal vez no son los escritores los que buscan títulos, sino los títulos los que buscan a los escritores. Puede que no estuviese equivocado.

El Pais Semanal. 5/9/03