Imma Sanchis entrevista a Emine Sevgi Özdamar, actriz, dramaturga y escritora
"Yo tenía callejones repletos de madres"
IMA SANCHÍS - 04:16 horas - 24/04/2003
-Tiene usted una mirada poderosa.
–¿Qué ve?
–Libertad. ¿La tiene? ¿La tuvo?
–Sí, tuve una infancia muy poética. En las callejuelas en las que jugábamos siempre asomaban por las ventanas las personas mayores y los gatos.
–¿Los que no riñen ni juzgan?
–... Y no sólo teníamos una madre, sino callejones repletos de madres. Cuando salía el arco iris nos decían: “Si sois capaces de cruzarlo, las chicas os convertiréis en chicos y los chicos en chicas”. Nunca dejé de perseguirlo, pero cuando pensaba: “Ahora puedo”, me detenía.
–Es lógico.
–Mi abuelo era un señor feudal, un terrateniente, pero que enviaba a su hija a la escuela. Mi abuela me abrió los ojos a la magia.
–¿Con qué historias?
–Los muertos siempre han ocupado un lugar elevado de la jerarquía familiar. Siempre acarreaba a casa las historias trágicas de los demás para que pudiéramos ayudarles.
–¿Cómo?
–Cuando bebíamos agua decíamos: “Que este sorbo de agua fresca vaya a la boca de la vecina que acaba de morir”. Cuando los muertos ocupan un lugar tan destacado, el ritmo de la vida se ralentiza y el desasosiego se transmuta en armonía.
–Cuénteme un hecho mágico.
–A los 10 años fui al teatro estatal como niña de gran talento y me aceptaron; eso me dio la posibilidad de observar las cosas difíciles de la vida, como la muerte, el amor, los celos, la nostalgia..., cosas que en el teatro resultan más fáciles y que integré en mis sentimientos. Así pude conocer otras realidades.
–¿Cómo consigue una joven turca trabajar con Benno Besson?
–Era el sueño de la mayoría de los actores, pero yo fui a Berlín a ver al discípulo de Brecht: “He acudido a usted para aprender el teatro de Brecht”. “Bienvenida”, me dijo.
–¿Así de fácil?
–Sí. A veces parece que la vida se haya detenido y se abre ante ti un gran agujero. Ese es el momento en el que hay que tener preparado un sueño para perseguirlo. La fuerza de los sueños y la ingenuidad, que lleva implícita cierto atrevimiento, son muy poderosas.
–¿Fácil llegar a Berlín como obrera a los 18 años?
–Vivía en una paupérrima residencia para obreras, no hablaba alemán, nevaba siempre y añoraba a mi madre, pero hay un proverbio japonés que dice: “Sólo el viaje es bello”.
–¿Fácil vivir una dictadura militar?
–En el 68 pudimos saltarnos las fronteras sociales. Conocí a muchos personajes que parecían escapados de una novela, y eso me permitió no tomarme tan en serio la propia historia. Pero luego todo eso se detuvo. Mis amigos fueron encarcelados, se acabaron los teatros y me marché de nuevo tras un sueño inventado: la esperanza.
–¿Sigue creyendo que todo es posible?
–Sí. Camus dijo que la vida no tiene sentido, pero hay que seguir amándola sin esperar nada. Sólo eso merece la pena: si te aproximas con amor a los otros, nunca perderás el amor ni la inocencia, basta con creer que todas las personas son sensibles, ése es el punto de partida.
–¿Qué fue lo más difícil?
–La muerte de mis padres. En países como Turquía muchos niños se quedan huérfanos y pronto tienen hijos con los que cubrir su frío a base de entrega. Con el tiempo, estos padres se convierten en hijos de sus hijos.
–¿A usted le ocurrió?
–Sí, cuando fallecieron mis padres tuve la sensación de haber perdido a mis hijos. Mi padre no tenía padre, y mi madre no tenía madre. Yo realicé sus sueños, fui su modelo.
–¿Qué aprendió del matrimonio?
–Siempre me dije a mí misma: “Nunca seré capaz de estar casada”, y tuve la prueba. Tenía un ritmo personal que no pude acompasar al ritmo ajeno, pero amé y fui amada. Cuando interpretas a Ofelia, eres Ofelia. Luego, esa intensidad se queda en el camerino. Sería fantástico poder aplicarlo a la vida.
–¿Cómo?
–Estando cerca y lejos. Imagine que pudiera dejar las penas de amor junto al pañuelo, recuperarlas cuando quisiera y atenderlas.
–¿Ha aprendido a hacerlo?
–No, no podré enseñarle.
–Lástima.
–Pero he aprendido a fijarme con precisión en la vida, ver en cada ser humano su infancia y sus recovecos. Sé que todos somos buenos y malos, producto de las circunstancias. No me gustan los prejuicios, y sólo pueden combatirse ofreciendo amor; si lo haces, la otra persona se abrirá.
–¿Siempre le ha dado buen resultado?
–A veces no. Pero la vida no es lo que vivimos, sino los momentos que seleccionamos. Hay que seleccionar con conciencia.
–¿Lo dice usted, que trabaja con materia trágica?
–Lo trágico me afecta, pero también promete una utopía. Hay algo más importante que reflexionar sobre el ser humano: vivirlo.
–¿A usted quién le acompaña?
–La luna; para mí es como una persona con la que puedo hablar. Cuando tengo reuma le pido que me ayude y ella me contesta: “Lo haré, lo haré...”
–Cuénteme un cuento de su abuela.
–Había un joven que, para no dormirse y no perderse todas las cosas maravillosas que sucedían ante sí, se cortó un trocito de dedo. A veces hay que hacerse daño uno mismo para ver que este mundo es fantástico.
–¡¿Sí?!
–No se asuste, sólo es un cuento..., pero piénselo.